jueves, 22 de marzo de 2012

El Infeliz de Augusto.

-Por favor, dame esa pistola cargada- dijo suplicando- Dime las razones por la cual deba tirar del gatillo y que tu rostro se cubra de mi sangre... ¡Deja que me pegue ese tiro, maldita hija de perra! Total, al mundo le haríamos un favor...
-¿Acaso estás loco?- dijo ella intentado que su marido no agarrara el arma- ¿Crees que te dejaré que cumplas con uno de tus intentos? ¡Sos un fracasado!
-Deja, deja que me muera. Quiero estar muerto que con una mujer así...
Ella, desepcionada por lo que él le había dicho, hizo que tirara el arma por la ventana, que estaba al lado de ella y en un intento de abrazarlo él retrocede y sus lágrimas caen cómo la lluvia.
-Por Favor Federica, deja que este pobre infeliz muera. ¡Augusto Monseñor del Valle no puede vivir más así!
Pobre Federica, ella también era tan infeliz cómo Augusto. Tenía que vivir con un hombre que quería un suicidio digno, según él. Ellos, a la edad de treinta,  eran un matrimonio de cinco años, que en los primeros dos años y medio conformaban una vida armoniosa. Pero Augusto era un hombre poco sociable, triste e intranquilo. Su amada Federica era una mujer fuerte como una piedra pero a la vez liviana como una pluma. Era depresiva pero sabía llevar su bajo auto-estima en su vida, tratando de que a las personas que la rodeaban no les afecte y no contaba sus problemas a nadie para no ser una "vampiro de energías". Ambos compartían una misma obsesión, la muerte. Ella le gustaba la muerte ajena mientras que Augusto anhelaba con la muerte propia. 
Pero la relación cambió desde que él entró en un estado de desconfianza ante su querida mujer. La veía en todos lados con diferentes hombres, entrando y saliendo de hogares o en coches lujosos. En un estado de locura total que perjudicaba la salud del hombre y la intolerancia de su mujer tras ser paranoiqueada por su propio marido, teniendo la conciencia limpia de que Federica trabajaba ocho horas diarias mientras que él solo cuatro. 
Augusto sabía que Federica estaría con él todo el tiempo, por eso cubría sus otras cuatro horas en un bar de cuarta, embriagándose para olvidar sus problemas.



Ese día, tras una ruidosa discusión, llevando a la desesperación a Augusto, quizo traspazar una bala por su cráneo, sin medir las consecuencias. Ella, a pesar de todo, lo amaba con toda su alma.
Hasta que un día, Federica encuentra una carta en su escritorio de su oficina, una sola que en su interior decía "Este mundo no necesita a infelices como nosotros. Me hubiera gustado que nos fuéramos los dos, pero el destino y el tiempo no me lo permitieron. Monseñor del Valle, Augusto".
Ella desesperada corre hasta la casa, pero ya era tarde. Cuando llegó, su amado Augusto estaba ahorcado. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario